tiene una luz
por dentro.
Hay que saber mirarla.
Hay que poder
abrir el pliegue hùmedo
y gastado,
el pàrpado con sueño,
hasta llegar
al sitio
donde la llama
vive.
Tù, que venìas de lejos,
lo sabìas.
Habìas andado mucho,
entre antiguos almanaques
de invierno,
entre semillas,
làmparas,
estantes
y raices.
Habìas pernoctado
en "la posada de la estrella",
desde donde el camino
sube
como una espiral iluminada.
Desde el fondo del limo
de los rios,
tu huella indicaba siempre
la ruta del manantial...
Una furia de pàjaros celestes
te golpeaba el sombrero...
e ibas,
-desposeìdo y verdadero-
repartiendo tus manos entre la soledad.
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