viernes, 10 de febrero de 2006

Cuando es peor el remedio que la enfermedad

Palabras de un esquizofrènico rehabilitado:

"Ya no oigo mis voces, de modo que ando un poco perdido.Despues de tanto tiempo, no recuerdo muy bien las cosas y me resultaria muy ùtil su ayuda......Me hacen falta mis voces, ellas me decìan què hacer.
Ahora, en lugar de su agotadora cacofonìa, tengo medicamentos para prevenir su regreso. Una vez al dìa tomo diligentemente un psicotròpico, una pastilla oblonga de color azul que me deja la boca tan seca que, cuando hablo, sueno como un viejo fumador empedernido o como un sediento desertor de La Legiòn Extranjera que ha cruzado el Sahara y suplica un sorbo de agua. Le sigue de inmediato un elevador del ànimo de sabor amargo para combatir la esporàdica depresiòn perversa y suicida en la que, segùn dice mi asistente social, es probable que me suma en cualquier momento con independencia de còmo me sienta.....Esta pastillita cruel me estriñe y me hincha por retenciòn de lìquidos, como si llevara puesto un manguito de medir la presiòn arterial ceñido a la cintura en lugar del brazo izquierdo. Asi que tengo que tomar un diurètico y tambièn un laxante para aliviar esos sintomas. El diurètico me provoca una migraña terrible, como si alguien especialmente cruel me golpeara la frente con un martillo;combato ese efecto secundario con analgèsicos con codeìna mientras corro hacia el baño para resolver lo otro. Y cada dos semanas, me inyectan un potente agente antipsicòtico en el ambulatorio donde me bajo los pantalones ante una enfermera que siempre sonrìe de la misma forma y me pregunta en un tono idèntico còmo estoy, a lo que yo contesto que bien, tanto si lo estoy como si no, porque tengo bastante claro, incluso a travès de las diversas nieblas de la locura, de cierto cinismo y de los fàrmacos, que a ella le importa un comino pero lo considera parte de su trabajo.El problema es que el antipsicòtico, que me impide cualquier clase de conducta maligna o despreciable, o al menos eso me dicen,tambien me produce un ligero temblor en las manos, como si fuera un nervioso defraudador que se enfrenta a un inspector de Hacienda. Tambièn me provoca un ligero rictus en la comisura de los labios, de modo que tengo que tomar un relajante muscular para impedir que la cara se me convierta en una màscara que asuste a los niños del vecindario. Todos estos mejunjes me recorren a su aire las venas y me atacan varios òrganos inocentes, y probablemente embotados, cuando se dirigen a calmar los irresponsables impulsos elèctricos que se me disparan en la cabeza. A veces me siento como si mi imaginaciòn fuera un dominò incontrolable que ha perdido de repente el equilibrio, se tambalea adelante y atràs y luego se desploma contra las demàs fuerzas de mi cuerpo,lo que desata una potente reacciòn en cadena, clic, clic, clic, en mi interior.
Era màs fàcil, cuando lo ùnico que tenia que hacer era escuchar las voces, y en cierto sentido me hacìan compañìa, en especial las muchas ocasiones en las que no tenìa amigos...."


La Historia del loco, John Katzenbach

No hay comentarios.: